La capital cubana genera cada día más de 30 mil metros cúbicos de residuos sólidos. Sin embargo, gran parte de ellos permanece en las calles, acumulados en montones que se han convertido en parte del paisaje urbano.
El olor, los insectos y el deterioro ambiental son apenas la cara visible de un problema que desnuda la falta de gestión, la precariedad técnica y la pasividad ciudadana.
Basura como paisaje habitual
En barrios céntricos como Centro Habana, el Casino Deportivo o Cojímar, los contenedores rebosados son la norma. Los vertederos improvisados interrumpen calles, se amontonan bajo árboles o junto a centros deportivos, mientras niños y jóvenes juegan a pocos metros de la podredumbre. Lo anormal se volvió costumbre.
El director provincial de Servicios Comunales, Mariano Suárez, reconoce que la ciudad necesita 30 mil contenedores anuales, aunque solo se han prometido 12 mil este año. Y aun cuando se entreguen, muchos de esos depósitos acaban mutilados, robados o convertidos en objetos de uso doméstico.
Limitaciones técnicas y excusas
Las autoridades aseguran que el combustible no es la causa principal. El problema, dicen, radica en la falta de camiones y piezas de repuesto. El parque automotor opera muy por debajo de lo necesario, lo que obliga a una recogida intermitente y desorganizada.
No obstante, esta explicación resulta insuficiente. Porque, aunque es cierto que los equipos son escasos, la descoordinación, la falta de control y la ausencia de un sistema eficaz de reciclaje agravan la situación. Se habla de prioridad gubernamental, pero la basura sigue multiplicándose frente a las escuelas, panaderías y hospitales.
Entre la culpa oficial y la pasividad ciudadana
La población descarga su inconformidad en los comunales, acusados de no recoger los residuos con la frecuencia debida. Pero la responsabilidad no termina ahí. Muchos ciudadanos lanzan desechos fuera de los depósitos aunque estén vacíos, o se resignan a que el vertedero forme parte del barrio.
El reciclaje, antaño promovido en escuelas y centros laborales, está prácticamente abandonado. “Es una política dejada de la mano”, comentó un vecino del Vedado. Y esa inacción pesa tanto como la falta de camiones o contenedores.
Salud pública en riesgo
La acumulación de basura no es solo un problema estético. Favorece la proliferación de moscas, roedores y mosquitos en una ciudad ya marcada por brotes de dengue y enfermedades respiratorias. La convivencia diaria con desechos también erosiona la salud mental, normalizando el descuido y el desorden.
El costo invisible se mide en infecciones, en calles intransitables, en viviendas invadidas por el mal olor, en turistas que retratan la suciedad más que el patrimonio.
Iniciativas ciudadanas y lo que falta por hacer
Algunos jóvenes han organizado limpiezas comunitarias, artistas transforman basureros en intervenciones urbanas y ancianos insisten en barrer sus aceras. Son gestos mínimos, pero significativos. Demuestran que la resignación no es la única respuesta.
Sin embargo, esas acciones aisladas no sustituyen una política pública coherente. Hace falta un sistema de reciclaje moderno, una flota de camiones estable y, sobre todo, una conciencia ciudadana que entienda la higiene como bien común.
Una ciudad que no puede resignarse
La Habana arrastra un problema que ya no se resuelve con diagnósticos ni con discursos sobre el bloqueo. La basura revela fallos estructurales en la gestión urbana, corrupción en la administración de recursos y una ciudadanía dividida entre la indignación y la indiferencia.
Convertir montones de desperdicios en espacios limpios exige algo más que camiones o contenedores: requiere responsabilidad compartida. Si no, la capital seguirá siendo el retrato de un país que normalizó el abandono.
Está situación podría ser más grave de lo que se pueda expresar.Fue la causa de muchas epidemias en siglos pasados.Y la posibilidad de que nuestra próxima pandemia tenga su origen en este país.