El discurso tecnológico global ya mira hacia la llamada “10G”, una nueva generación de internet fijo ultrarrápido que promete velocidades de hasta 10 gigabits por segundo.Sin embargo, en Cuba, donde el acceso a internet sigue siendo limitado y costoso, el contraste entre el relato oficial y la realidad cotidiana no podría ser mayor.
Mientras medios estatales exaltan los avances de la conectividad mundial, dentro de la Isla la mayoría de los usuarios enfrenta precios que superan el salario promedio y conexiones que rara vez alcanzan la estabilidad necesaria para videollamadas o transmisiones.
Precios elevados y velocidades limitadas
Según la empresa estatal ETECSA, los planes nacionales en moneda cubana incluyen 3 GB por 3 360 CUP, 7 GB por 6 720 CUP y 15 GB por 11 760 CUP. Estas cifras superan ampliamente los ingresos mensuales de muchos trabajadores cubanos.
En paralelo, los paquetes en divisas —que solo pueden comprarse con tarjetas internacionales o a través de plataformas en Moneda Libremente Convertible— incluyen 4 GB por 10 dólares, 8 GB con minutos y mensajes por 20 dólares, y hasta 16 GB por 35 dólares.
Para el servicio fijo “Nauta Hogar”, las opciones varían entre 512 kbps y 6 Mbps, con precios que oscilan desde 1 250 CUP hasta más de 24 000 CUP mensuales. Aun así, las interrupciones, caídas y lentitud del servicio son frecuentes.
Muchos usuarios reportan que incluso al pagar los planes más caros, la conexión se corta o se reduce drásticamente en horarios de alta demanda.
Apagones y antenas improvisadas
A la precariedad de la infraestructura se suman los apagones, que afectan directamente la conectividad. Cuando falta la electricidad, las antenas de radio base que distribuyen la señal móvil pierden potencia, porque las baterías de respaldo solo resisten pocas horas.
Esa limitación provoca que en amplias zonas rurales o periféricas, la red móvil desaparezca por completo durante los cortes prolongados de energía.
En medio de esa situación, muchos cubanos han recurrido a la creatividad para intentar mejorar su cobertura. Algunos fabrican antenas caseras con cables coaxiales, latas metálicas o piezas recicladas, buscando captar una señal más estable.
En barrios con poca cobertura, se colocan extensores improvisados en techos o balcones, y hasta se venden adaptadores artesanales que amplifican la recepción de datos móviles.
Un discurso moderno con una realidad obsoleta
El contraste entre el discurso de modernización tecnológica y la experiencia real del usuario resulta evidente.
Mientras la prensa oficial habla de “10G” como el futuro del internet fijo, en Cuba aún no se garantiza un acceso básico, estable y asequible. Las redes de fibra óptica apenas cubren sectores muy reducidos, y el país depende casi totalmente de la conexión móvil, lenta y costosa.
A nivel internacional, las redes 10G se prueban en Estados Unidos, Canadá o España con velocidades simétricas de hasta 10 Gbps.
En Cuba, en cambio, lograr una conexión superior a 2 Mbps sostenidos ya se considera un privilegio.
El resultado es una brecha digital cada vez más profunda, no solo entre Cuba y el resto del mundo, sino también entre los propios cubanos: entre quienes pueden pagar en divisas y quienes quedan fuera de la red.
El reto no está solo en alcanzar la “10G”, sino en garantizar que conectarse deje de ser un lujo. Porque sin electricidad estable, sin equipos actualizados y con tarifas que agotan los salarios, el futuro tecnológico del país parece, por ahora, una promesa lejana.