El Puente de 100, en La Habana, se ha convertido en un escenario que ya no sorprende a casi nadie. El movimiento constante oculta una actividad que se ha vuelto cotidiana y que refleja una realidad mucho más profunda. La población encuentra allí lo que no aparece en la red estatal de farmacias.
Lo llamativo es que esta vez no lo cuenta un medio independiente ni un testimonio anónimo. Lo publicó Cubadebate, a través del periodista oficialista Frank Martínez Rivero, en un artículo que describe con detalle lo que cualquier cubano vive desde hace años.
Un reportaje oficial que reconoce lo que el sistema no resuelve
El texto de Martínez Rivero retrata un espacio donde los medicamentos circulan sin control. Habla de pastillas, ampollas y tratamientos completos que se venden sobre mesas improvisadas. Son productos que el Ministerio de Salud Pública no logró mantener en oferta regular.
Que sea un medio oficial el que exponga esta situación revela algo más que un problema puntual. Muestra una crisis que ya rebasa el discurso institucional y que fuerza a la prensa estatal a reconocer lo que ocurre en la calle.
Un corredor donde aparece lo que falta en las farmacias
El periodista describe la escena con claridad: medicamentos importados, fármacos de producción nacional, psicotrópicos, anticonvulsivos y productos de uso estricto. Todo sin receta y a la vista.
Las personas se acercan buscando tratamientos urgentes. Otras compran para guardar, por miedo a que no vuelvan a aparecer. No existe garantía sanitaria ni trazabilidad. La compra se basa en la confianza momentánea y en la necesidad.
Lo que el artículo no dice, pero el propio relato revela
Martínez Rivero plantea dudas sobre almacenamiento, autenticidad y condiciones de conservación. Pero evita mencionar el punto central: este mercado existe porque las farmacias estatales están vacías.
No lo dice de manera directa, pero el lector lo entiende. La descripción del Puente de 100 funciona como un espejo de la crisis sanitaria que el país no ha podido revertir.
Un circuito organizado que opera por toda La Habana
El reportaje menciona que si un producto no aparece allí, los vendedores remiten a zonas como la Güinera o Diez de Octubre. Estas referencias confirman un circuito que lleva años funcionando y que se alimenta de la propia escasez oficial.
El fenómeno no es nuevo. Lo nuevo es que un medio del Estado lo reconozca sin rodeos. Y eso habla del tamaño del problema.
El silencio entre líneas: responsabilidad, control y abandono
El texto oficialista se centra en los riesgos para el comprador. Sin embargo, esos riesgos existen porque no hay un sistema estatal capaz de garantizar acceso seguro. La falta de control abre espacio a productos vencidos, reempaquetados o sin información.
Para las personas con enfermedades crónicas, el mercado negro no es una alternativa. Es la única vía. Y es ahí donde se ve el mayor daño.
Cuando la prensa oficial narra la crisis que no puede ocultar
Que Cubadebate publique esta realidad confirma que la situación ya no puede maquillarse. La población la vive a diario. Y los reportajes que pretenden alertar sobre el mercado negro terminan mostrando, sin querer, la falla estructural que lo originó.
Mientras no exista abastecimiento sostenido, estos corredores seguirán creciendo. Y seguirán siendo, para miles de personas, la única forma de conseguir lo que debería llegar por los canales formales.
