La reciente propuesta de la viceprimera ministra cubana, Inés María Chapman, de “sacar un televisor a la calle” y conectarlo a un grupo electrógeno para que la población pueda ver la programación oficial durante los apagones, refleja con crudeza la desconexión del gobierno frente a la realidad de los ciudadanos. La idea, presentada como un gesto de iniciativa comunitaria, no solo evidencia la ausencia de soluciones estructurales a la crisis energética, sino que también se percibe como un intento de maquillar con improvisaciones el colapso del sistema eléctrico nacional.
Más que una alternativa viable, la medida parece una metáfora del rumbo que lleva el país: un gobierno que, en lugar de atacar las causas profundas de la escasez energética —falta de inversión, ineficiencia en la gestión y dependencia de combustibles externos—, opta por fórmulas simbólicas que rozan el absurdo.
La televisión, entendida como principal herramienta propagandística del régimen, se convierte aquí en el centro del esfuerzo, mientras el acceso a necesidades vitales como agua, alimentos o electricidad queda relegado a un segundo plano.
El planteamiento de Chapman no se sostiene ni técnica ni socialmente. En un contexto de apagones de hasta 20 horas diarias, largas colas para obtener productos básicos y un sistema hidráulico en crisis, pedir a la población que se reúna en torno a un televisor comunitario resulta casi una caricatura.
No es casual que las redes sociales reaccionaran con sarcasmo y rechazo: el pueblo siente que se le ofrece espectáculo en lugar de soluciones.
Este episodio también evidencia el uso reiterado de la “comunicación social” como paliativo político. Convocar a los Comités de Defensa de la Revolución (CDR) y a otras organizaciones de masas para explicar la situación no resuelve el déficit energético ni devuelve la luz a los hogares.
Lo que deja claro la sugerencia es la prioridad del gobierno: mantener el control narrativo incluso en la oscuridad, antes que devolver la electricidad a los cubanos.
La propuesta del televisor colectivo, más que iluminar, oscurece aún más la distancia entre el discurso oficial y la vida cotidiana. Una crisis de tal magnitud no puede enfrentarse con paliativos simbólicos, sino con estrategias de fondo.
Mientras eso no ocurra, cada nueva idea “ingeniosa” no hará más que aumentar el malestar social y la incredulidad hacia un poder cada vez más desconectado de la realidad.
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