La vibrante historia de Cuba y su identidad, moldeada por su historia política, ha dejado un legado de pasión por la música y el baile en medio de su desafiante clima tropical. En esta ocasión, en pleno mes de agosto, el termómetro ha alcanzado los 32°C en horas tempranas del día, marcando uno de los veranos más calurosos en años, según el Instituto de Meteorología de Cuba.
Ante el implacable calor, los habitantes de La Habana han encontrado una solución creativa y refrescante: dar nueva vida a piscinas abandonadas en la ciudad. Un ejemplo destacado se encuentra en el barrio de Miramar, donde familias acuden a piscinas que fueron olvidadas por los cubanos más adinerados tras la Revolución cubana.
La historia de estas piscinas está entrelazada con la época de esplendor de Miramar, donde las casas pertenecían a familias acomodadas que construían sus propias piscinas naturales. Estas pequeñas «pocetas» evocaban la cerámica española que decoraba sus muros.
A pocos pasos, un club ofrece una alberca natural de 300 metros cuadrados, tan grande que se confunde con el mar. Mientras que otras piscinas, antes lujosas y requiriendo agua potable, han caído en desuso. El Club Copacabana, un conocido hotel de La Habana, también alberga una piscina natural, pero la verdadera atracción es el mar tranquilo, transformado en una piscina infinita durante el verano.
Sin embargo, las exuberantes piscinas de la era revolucionaria están en desuso. Algunas han sido invadidas por patinadores, grafiteros y niños jugando al fútbol. La «piscina gigante» de Alamar, de 5000 metros cuadrados, inaugurada en la década de 1970 por Fidel Castro, está siendo consumida por la vegetación de la isla, un recordatorio de la historia de Cuba y su lucha contra el calor.
Estos lugares, ubicados en terrenos baldíos rodeados de la naturaleza local, han sido transformados en pequeños oasis que ofrecen un alivio del calor. Aunque no son las playas de Varadero, representativas de la imagen mental de Cuba, estas piscinas en ruinas proveen un espacio para que los niños y adultos disfruten del agua.
Dado que las playas idílicas están a una distancia de 20 minutos en automóvil y el transporte es complicado debido a la escasez de combustible, las piscinas rejuvenecidas se han convertido en una alternativa tentadora para los habitantes de La Habana. Boris Baltrons, un trabajador independiente de 44 años, comenta: «No podemos vivir sin la costa, el cuerpo solo te pide el agua de mar».
A medida que el calor persiste, los cubanos demuestran su ingenio y resiliencia al transformar antiguas piscinas en oasis contra el calor, brindando un espacio para disfrutar y mantenerse frescos en medio de la adversidad.
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